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El diagnóstico del Trastorno del Espectro Autista (TEA), actualmente está orientado por una guía de síntomas como el DSM 5 (Asociación Americana de Psiquiatría, Guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM 5. Arlington, VA, Asociación Americana de Psiquiatría, 2013).

Inicialmente, estas guías eran una recopilación de los síntomas de cada entidad o trastorno psicopatológico sin tener en cuenta la etiología, ya que iban enfocadas al diagnóstico y clasificación del paciente, teniendo en cuenta únicamente los síntomas. Así se creó una estructura categórica y rígida, que tenía su éxito justamente en su sencillez.


Posteriormente se vieron problemas con este tipo de diagnóstico ya que su misma estructura rígida y categórica (los elementos categóricos eran mutuamente exclusivos, si pertenecían a una categoría no podían permanecer en otra), no permitía una elasticidad en la aparición de síntomas en los pacientes, cuyos síntomas se resistían a ser categóricos y rígidos, habiendo todo tipo de variaciones sintomáticas en los pacientes y dando como resultado variaciones de opinión en diferentes especialistas ante un mismo paciente con su conjunto de síntomas.

Para resolver la superposición de síntomas, se empezó a hablar de comorbilidad (incidencia o conjunto de síntomas que pertenecerían a una entidad categórica distinta a la que encajaría mejor o principal). Resultado de esta forma de valorar los síntomas de los pacientes aumentaron el número de categorías diagnósticas y subdivisiones de estas categorías.
Actualmente con el DSM 5 se ha conseguido una dimensionalidad en el diagnóstico. Es decir, los síntomas que se incluyen en el diagnóstico del TEA no tienen todos el mismo valor diagnóstico ni pronóstico, y por lo tanto hay que medirlos y tenerlos en cuenta bajo esta dimensionalidad.
Por ejemplo, los síntomas más importantes en el TEA, cuya presencia y deterioro marcarían no solo el diagnóstico sino también su gravedad, son las deficiencias en la comunicación social y en los patrones de comportamiento restringidos y repetitivos. Pero pueden tener o no déficit intelectual, deterioro del lenguaje, trastorno por déficit de atención con hiperactividad e impulsividad, y otros trastornos. De esta forma se pueden englobar bajo un mismo diagnóstico pacientes con muy diferentes aptitudes y funcionalidades, incluso pronóstico.

En cuanto al diagnóstico, debe de ser precoz, para instaurar un programa adecuado y específico de forma temprana, y esto debe prevalecer sobre un diagnóstico completo o exhaustivo que sería imposible en etapas del neurodesarrollo tempranas.

Equipo INVANEP

 

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